sábado, 28 de abril de 2012

Sólo unos pocos euros

- Señores, es que “no hay dinero”. -


Y uno se imagina a Rajoy abriendo ceremoniosamente una enorme caja fuerte que debiera contener todos nuestros ahorros, y mostrando a cámara su desolada magnitud.


¿Qué se puede hacer ante tan dramática situación? Los súbditos no tenemos más remedio que compadecernos del infeliz gobernante, y hasta comprender que nos pida unos pocos euros para paliar su desdicha.


Y sin embargo hay algo que no nos acaba de cuadrar en la escena. Nos echamos la mano al bolsillo para aportar solidariamente un granito de arena, pero en el último momento descubrimos una mueca que no encaja en ese rostro tan normal. Y agarramos las monedas con fuerza, y se nos queda la mano atónita en el bolsillo, atrapada como las manos de los monos engañados en el hueco del tronco.


¿Qué es lo que no cuadra? ¿Quién se ha gastado el dinero? ¿Quién debería llenar esa caja fuerte?.... ¡Eh!, ¡un momento! Esa es la pregunta: se deduce de sus palabras que él ha llegado aquí, a este puesto, únicamente para gastar, para administrar nuestra exigua riqueza. Y, claro, si lo único que puede hacer con nuestro patrimonio es gastarlo, se comprende que cuanto menos gaste mejor. Pero entonces ¿quién tiene que llenar las arcas?.


He aquí la primera trampa. Resulta que este cándido ex-candidato es el responsable de llenar la caja que nos enseña. Nadie lo diría a juzgar por la impotencia con la que pronuncia ese escueto discurso: “no hay dinero”  repite una y otra vez, repiten también sus colaboradores, y sus votantes, y las múltiples voces que, como un persistente eco se multiplican en radios, televisiones y tertulias de café.


Hemos descubierto la primera trampa, y nuestra mano,  la que sujeta las monedas del bolsillo, se empieza a relajar.


Pero hay más trampas. De ese “no hay dinero” se deduce que antes sí había. Y que si antes disponíamos de ciertos derechos era porque había dinero, y por tanto esa Educación Pública y Gratuita, esa Sanidad Universal que creíamos haber conquistado, no eran en realidad derechos, sino privilegios condicionados. 


Es cierto que con la actividad económica en retroceso los ingresos son cada vez menores, pero también lo es que no estamos haciendo nada por remediarlo, más bien parece que nos interesase paralizarla. En todo caso nunca ha habido dinero suficiente, siempre hemos necesitado endeudarnos, y siempre lo hemos hecho. La diferencia es que ahora lo hacemos “como Dios manda” (entiéndase Dios en sentido figurado), y ahora  “Dios” sólo nos deja endeudarnos un poquito, lo justo para que podamos pagar a nuestros acreedores mientras repetimos el eco del mensaje: “no hay dinero”.


Nuestra mano ya ha soltado las monedas, que han decidido quedarse al calor del bolsillo. Ya hemos pillado parte del engaño.


Pero hay mucho más juego sucio dentro de esa frase: la acusación velada al anterior propietario de haber dilapidado la fortuna, la insinuación de no tener nada que ver con ese despilfarro, o la utilización de la economía como disculpa para hacer reformas “valientes” y “estructurales” como la reforma laboral o la del código penal, que poco tienen que ver con el gasto público, pero que se justifican con esa imagen de la caja saqueada por otros.


Ahora, una vez que nos hemos parado a repensar la escena, nos negamos a ayudar a este hombre normal, que con gesto de mendigo, nos reclama unos euritos. Hemos descubierto la farsa.


No señor Rajoy, su súplica no nos ha convencido. Aunque, furiosos por el engaño, si no fuera porque pueden hacernos falta, lo que nos apetecería sería coger esos pocos euros y lanzarlos directos a su anodino rostro.



jueves, 19 de abril de 2012

No doy crédito

“No doy crédito”, repetía nuestro ex-presidente en una rueda de prensa en Bruselas, en mayo de 2010 “No doy crédito”, se decía una y otra vez con la esperanza de despertar de una pesadilla, de espantar con palabras la realidad obscena que se le venía encima hasta aplastarle.
No sé si recordáis el rostro desencajado de Zapatero cuando descubrió la realidad del Fondo Monetario Internacional, la verdadera intención de la Unión Europea. Probablemente todos hemos pasado por ese momento; durante estos meses, sin darnos cuenta hemos ido tomando ese mismo color marfil en las mejillas, hemos visto cómo se nos hundían los ojos, cómo se nos perdía la mirada y los labios eran incapaces de unirse entre sí. “No doy crédito” nos repite nuestro cerebro durante unos días, semanas, quizás meses. Es el fenómeno de la negación, el primer paso en cualquier duelo. No aceptamos la realidad porque es demasiado dramática. Nos aferramos a la rutina y a veces hasta dejamos de leer periódicos y huimos del telediario. Como el enfermo que ante los primeros síntomas se niega a consultar a su médico o le quita importancia a sus dolores.
Lo que había descubierto Zapatero era el objetivo real de las reformas impuestas por el Banco Central Europeo. Cuando en agosto de 2011 el Partido Socialista, con el apoyo del Partido Popular, aprobó la reforma del artículo 135 de la Constitución Española, estaba aceptando esa realidad indecente que le había descompuesto el talante.
Zapatero se rindió. Era de esa clase de enfermos que deciden dejarse morir. La parte imperdonable de su actitud es que en su caso el enfermo no era su propio cuerpo. Su humillación era la de todo un país, y con su cobardía traicionaba a todos sus paisanos, y especialmente a todos aquellos que confiaron su voto al joven líder que afirmó en 2004 aquello de “no os fallaré”. Él lo sabía, sabía que abandonaba, y lo hacía además dejando al enfermo en manos del peor de los doctores, el que forma parte del equipo de parásitos, el señor De Guindos, mensajero de goldman sachs, súbdito de los mercados.
El 9 de Abril de 2012 se debatió en el congreso la ley orgánica de “Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera”, que desarrolla la reforma constitucional de agosto de 2011. En el blog “Pijus Económicus” podéis ver una explicación de las intenciones de esta ley. En definitiva desarrolla ese fatídico artículo 135, que dispone, entre otras cosas, que “Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta.” Estas 6 palabras que, como sigiloso parásito se incrustaron en nuestra ley de leyes, son las que ahora se desarrollan en una Ley Orgánica, es decir en una ley que, según nuestro modelo jurídico, desarrolla “derechos fundamentales y libertades públicas”.
Nuestros derechos fundamentales, nuestras libertades públicas, están supeditadas desde agosto de 2011 a la necesidad de pagar con “prioridad absoluta” las deudas que contraigamos desde el estado o desde cualquier administración pública. Aún así, a pesar de la prioridad absoluta de que gozan nuestros acreedores, a pesar de la destrucción de derechos fundamentales que el gobierno de Mariano Rajoy ha anticipado desde sus primeros días, a pesar de la obediencia ciega de nuestros gobernantes, siervos del BCE, a pesar de todo, los insaciables mercados no se creen que vayamos a poder pagarles. Sus exigencias nos llevarán a la ruina, y arruinados no podremos cumplir con nuestros compromisos, por eso, como usureros despiadados, nos suben la prima de riesgo, nos desacreditan, nos sangran.
Es un proceso por el que han pasado numerosos países de Hispano América en los años 80 y 90, por el que está pasando Grecia. El FMI ha exigido estas políticas de desmantelamiento del estado desde hace décadas, y ha arruinado a todos aquellos países a los que ha “asesorado”.
Pero hay algo que no tenían todos esos países en vías de desarrollo que fueron destrozados por los organismos internacionales. Se trataba de países que jamás habían llegado a desarrollar un sistema público de educación universal y los medios de comunicación eran fáciles de controlar por los grupos de poder.
Nosotros llevamos un año despertando. Hemos visto cómo se decoloraban nuestras mejillas y se desenfocaba nuestra percepción. Se nos despegaron lentamente los labios. Pero ya hemos pasado la fase de negación. Ahora sí damos crédito. Nos ha costado aceptarlo, pero ahora sabemos cuál es nuestro cáncer. Habrá algunos que tiren la toalla como Zapatero, pero la mayoría, creo yo, nos negamos a dejarnos morir.

Sobre la reforma laboral


Una compañera me contó poco antes de la huelga general que cuando ella empezó a trabajar (tiene 63 años) se trabajaba los sábados.

En los años setenta hubo una enorme movilización social, con huelgas que ahora se llamarían salvajes, gracias a las que se consiguió en algunos sectores la semana laboral de cinco días. En aquella época incluso los colegios se abrían el sábado por la mañana. 

Siempre he tenido el recuerdo del primer sábado que no hubo colegio. Mi abuelo había estado de viaje, y aquel sábado nos vino a buscar a mi hermana y a mí para llevarnos a la plaza mayor.

Esa misma noche, tras hablar con mi compañera, llamé a mi madre para preguntarle dónde había estado de viaje mi abuelo. Durante mucho tiempo había prolongado la inocencia infantil. Y sin embargo la contagiosa alegría de aquella mañana hizo que mi recuerdo se grabara hasta que, cuarenta años después, se me ocurriera hacer por fin la pregunta. 

Por su puesto el viaje de mi abuelo había sido muy corto. Pasó varios días en un calabozo de Salamanca.

La actual reforma laboral permite al empresario disponer libremente del 5% del horario del trabajador: aproximadamente 90 horas al año. Que podrían distribuirse por ejemplo en 22 sábados a media jornada.