viernes, 5 de febrero de 2016

Pablo Iglesias y su ceño altivo


  • Al adelantar a los veteranos por la banda, la joven promesa no pudo contener una mirada altiva y condescendiente, que sus contrincantes y los seguidores de los mismos no pueden perdonarle.
  • Los expertos suelen minimizar las continuas humillaciones institucionales o personales de las que es objeto Podemos.
Tengo un compañero que es un barómetro muy representativo del análisis popular. Cuando hablé con él sobre la situación política tras las elecciones, su resumen fue:“No me negarás que Pablo Iglesias es un soberbio, ¿eh?”. Dijo soberbio pronunciando mucho la erre, de manera que el desprecio se acumulara en ese sonido. Las pruebas en las que basaba su argumentación eran la propuesta de gobierno con reparto de cargos sin avisar al PSOE y su negativa a considerar un pacto con Ciudadanos.

El golpe de efecto de la propuesta inicial de gobierno fue considerado por los analistas una estrategia impecable, una jugada magistral, un planteamiento tan de sentido común como inesperado que dejó noqueados al resto de participantes. Sin embargo, según esos mismos analistas, el golpe quedó desacreditado por el tonillo y la sonrisa autocomplaciente, intolerable en un recién llegado que está tratando con todo un aparato establecido. Al adelantar a los veteranos por la banda, la joven promesa no pudo contener una mirada altiva y condescendiente, que sus contrincantes y los seguidores de los mismos no pueden perdonarle.

Los gestos de Podemos son tan ingeniosos porque a menudo consisten simplemente en seguir las normas o utilizar las instituciones para su fin inicial. Llevábamos tanto tiempo asumiendo la perversión del sistema que cuando alguien lo utiliza para lo que era, los demás se quedan mirando boquiabiertos preguntándose cómo no se les había ocurrido antes. Sucedió cuando Pablo Iglesias le propuso al rey la formación de un gobierno en la ronda de consultas para formar gobierno, sucedió cuando la diversidad que existe en la sociedad quedó mágicamente reflejada en la cámara democrática que la representa, o cuando tras las elecciones Podemos se apresuró a presentar una ley de emergencia social entendiendo que el parlamento debe servir en primer lugar para promulgar leyes que protejan a los más vulnerables, o incluso cuando un senador rechazó la invitación de club de fútbol por considerarla un privilegio inaceptable para un servidor del pueblo.

Podemos es el niño que gritó aquello de “¡El rey está desnudo!”, y dejó al descubierto (además de la insoportable corrupción) el mundo paralelo en el que se movían los representantes del pueblo: los coches oficiales, los palcos en teatros y estadios, los entramados giratorios entre poderosos y lo que nos quede por ver, porque a juzgar por el pánico que se masca entre la clase dominante, de las vergüenzas del rey aún no hemos visto más que una pequeña punta emergente.

Pero volviendo a la manoseada arrogancia de Pablo Iglesias. Reputados analistas destacan una y otra vez este supuesto defecto (Miguel Ángel Aguilar se atreve a equipararlo con José María Aznar) que por una parte eclipsa cualquier virtud y que a su vez reduce el análisis de la estrategia del partido a la crítica de la personalidad del líder. Se considera imperdonable la propuesta de Pablo Iglesias al rey sin haberla comunicado previamente, o su negativa a pactar con el partido muleta del PP (partido que por otra parte ya se había negado a pactar con Podemos). Y se comprende que el PSOE se ponga digno y se cruce de brazos ante tamaña altanería. Sin embargo los expertos suelen minimizar las continuas humillaciones institucionales o personales de las que es objeto Podemos desde que llegó al Congreso de los Diputados: la presidencia de la cámara pactada entre PSOE, PP y Ciudadanos, la negación de cuatro grupos parlamentarios, el cambalache de senadores con Esquerra, la ubicación de los diputados, las burlas o críticas a su aspecto, o en la ronda de negociaciones de Pedro Sánchez, el hecho de dejar en último lugar la cita con Pablo Iglesias.

De los argumentarios oficiales se podría deducir que los desdenes de los señoritos se presuponen y se aceptan sin aspavientos, pero cuidadito con los subalternos: ponerse altivo e impertinente puede hacerles merecer cualquier desprecio.  No se dan cuenta de que al fraccionar la clase política en dos niveles, corren el riesgo de que el pueblo se identifique con la que más se le parezca.

viernes, 15 de enero de 2016

PERO ENTONCES ¿ERAN CASTA?


La estrategia para conseguir protagonismo consiste en alcanzar hazañas hasta ahora imposibles, como inundar de diversidad y normalidad unas cámaras que, ahora nos damos cuenta, nunca nos habían representado.

Resulta que ni en el congreso de los diputados ni en el senado había habido antes una persona con dificultades de movilidad, que ha entrado por primera vez una senadora sorda, que este parlamento que aún está lejos de tener un 50% de mujeres, es con diferencia el de mayor representatividad femenina. Resulta que hasta ahora no había habido más que un único color de piel en esa cámara, y que incluso es noticia que ocupe un escaño alguien que ha tenido profesiones diferentes a la de político: un enólogo, un cámara de televisión, un empleado de banca, un camarero o un parado. Resulta que hasta ahora todos los hombres que se sentaban en un escaño tenían el pelo corto y lucían un aspecto igual de encorsetado que hace un siglo. Resulta que ninguna diputada se había atrevido a vestir un atuendo vulgar comprado en una tienda para gente de la calle. 

Lo curioso es que los telediarios, que destacan estas conquistas democráticas como anécdotas de la crónica social, acusan a su vez a Podemos de urdir una estrategia de protagonismo. Convierten en noticia la normalización del congreso a la vez que califican de acto circense presentarse en las cámaras con la diversidad a la vista: hablando el lenguaje de signos, en silla de ruedas, con la piel negra, sin traje de postín o con un lactante en brazos. La estrategia para conseguir notoriedad consiste en alcanzar hazañas hasta ahora imposibles, como inundar de variedad y normalidad unas cámaras que nunca nos habían representado.

Y es que los propios medios de comunicación del régimen no son conscientes de lo que están mostrando. Les parece tan exótico ver a un “rastas” en el congreso, que se rinden a la noticia, y nos cuentan sin quererlo, que hasta ahora todos los que habían llegado ahí eran homogéneamente distintos a nosotros.

Por eso es tan emocionante lo que está sucediendo en España. Porque evidencia que lo que teníamos por cámaras de representación no eran más que una élite, donde además, una vez  llegados, los agraciados se cubrían de nuevos privilegios que les alejaban aún más de la gente común. Seguramente los más de ochenta diputados del bipartidismo que se han quedado fuera nunca habían imaginado que su escaño podía ser ocupado por alguien sin título nobiliario ni apellido ilustre, alguien que no haya estudiado en El Pilar o que al menos lleve años medrando entre varones de medio pelo.

Podemos está cambiando el aspecto y el modo de hacer política. Sus diputadas y diputados, sus senadores y senadoras, han utilizado fórmulas comprometidas, únicas, personales e imaginativas para tomar sus cargos, mientras los señores uniformados les abucheaban por no someterse a las costumbres de siempre. Podemos se ha negado a intercambiar sillas en juegos de poder. Por primera vez en democracia ha presentado una proposición de ley a un gobierno en funciones, una ley de emergencia social cuyo objetivo es paliar la inaceptable situación de los más vulnerables. Sus formas y sus intenciones son tan novedosas que nadie sabe siquiera si son posibles. Pero lo que se hace evidente es que eran necesarias.




martes, 1 de diciembre de 2015

LOS ULTRAPACÍFICOS


¿Eres Ultrapacífico o Belicistas Moderado? Es el momento de tomar partido. 

De un lado están los ultrapacíficos, buenistas, radicales defensores del derecho a la vida, que se declaran en contra de las armas, las bombas y la violencia. 

De otro lado los realistas, los moderados, los centristas tranquilos, que apuestan por la guerra, la venganza con mesura y los bombardeos controlados como solución al terrorismo. Hollande habla de respuesta contundente, firme, eficaz, implacable, Valls aseguró que golpearían al enemigo para destruirlo, y que la respuesta sería del mismo nivel que el ataque. Margallo se escuda en la legítima defensa para decir que la respuesta es la guerra. 

El ataque terrorista del 13N en París pretendía quebrar la vida en comunicad e instaurar alarma social, caos, miedo e inseguridad. 

Los buenistas drásticos creen que la respuesta debe corresponder a una sociedad democrática que conoce el riesgo de renunciar a sus libertades, que frente al terror es necesaria la templanza, la confianza en el pueblo, evitar la alarma, superar el miedo, y preservar más que nunca las garantías básicas del estado de derecho, la justicia, las libertades y la reconstrucción de la comunidad. 

En cambio los realistas sensatos apuestan por reclamar la unidad de todos los demócratas para modificar el código penal ampliando de manera ambigua el concepto de terrorismo, endureciendo las penas, y tipificando delitos interpretables relacionados con las redes sociales. En Francia y Bélgica, esta lógica realista moderada ha supuesto renunciar temporalmente a ciertas conquistas sociales, como a los derechos de reunión y manifestación o a la presunción de inocencia y ha permitido que las fuerzas del orden entren en los domicilios de cualquier ciudadano que pueda resultar sospechoso, al estilo de las más audaces dictaduras.

Los radicales ingenuos evitan la palabra guerra y se limitan a hablar de terrorismo. En un estado atacado por el terrorismo sólo hay un bando que se salta las reglas fundamentales de convivencia. 

Los moderados prefieren hablar de guerra, como Albert Rivera (“a los que no nos gusta la guerra nos gusta menos el terrorismo”), o incluso Iñaqui Gabilondo (“¿Podemos decir no a una guerra que otros han declarado, y que ya han iniciado?). En una guerra quedan suspendidos los derechos y la justicia; se puede matar, hostigar, destruir o torturar desde ambos bandos. Y creen que la solución pasa por bombardear (con mesura y amparados por las alianzas internacionales) posiciones y bases militares de los terroristas, porque están convencidos de que esas bases militares son blancos estratégicos y en algunos casos están aisladas de poblaciones, y esperan que sus bombas maten principalmente soldados radicalizados y destruyan material de guerra. Creen que pasado el bombardeo desaparecerá el terrorismo, se acabará el odio y todos dejarán de matar. Quizás de modo inconsciente, confían en que sus artefactos sean capaces de detectar la maldad y erradicarla del planeta. Distinguen entre esta situación y la de 2004, porque entonces el trío de las Azores mintió inventando unas armas de destrucción masiva y escudándose en el derrocamiento de un dictador, con la intención de dominar un área geográfica, y ahora no, ahora la intención es salvar a los inocentes sirios, además de hacer desaparecer el abominable Estado Islámico. Sabemos que en 2004 había intereses económicos territoriales y de enriquecimiento por parte de multinacionales energéticas y armamentísticas. Los realistas creen que en 2015 este punto es secundario. 

Los ultraidealistas hablan de neutralizar las vías de financiación y abastecimiento, embargar armas, erradicar los bombardeos, abrir corredores humanitarios, proteger a los refugiados. Sospechan que el motivo por el que en 2015 las grandes potencias occidentales no se molestan en buscar escusas o mentiras para alentar a la guerra, no es que esta vez se trate de salvar a la población inocente, lo sospechan porque si a los europeos les importaran los civiles sirios no les dejarían agonizar y morir a las puertas de Europa. Lo sospechan porque los intereses económicos han sido hasta ahora los que han determinado todas las políticas expansionistas y no encuentran motivos para pensar que esta motivación haya desaparecido. 

En resumen los utópicos radicales creen que atacar la violencia con violencia, combatir el dolor con más dolor, traerá una espiral de terror irrespirable. 

Los centristas están convencidos de que la guerra y las armas son la única alternativa, la menos mala, para acabar con la violencia y el terror.

En estos tiempos hay que posicionarse, toca tomar partido.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Un ojo en el muro




Aunque probablemente su estrategia no esté tan elaborada, el poder intuye que su baza consiste en esparcir ese espíritu perdedor que nos deja cautivos y desarmados antes de la batalla. 



Hasta Pablo Motos reconoce que teníamos razón, que fuimos la palanca que hizo posible que se abriera un ojo en el muro del sistema a través del cual ya todos podemos ver el otro lado. Ya no cuela el discurso de que no hay dinero, de que el único camino posible pasa por renunciar a la sanidad universal y a la enseñanza gratuita. Ahora sabemos que nos engañaron, que los bancos siguen ganando millones de euros con el dinero público que nos han robado para pagar sus deudas. Ahora sabemos que hay otro camino que no quisimos recorrer.

Y sin embargo nos dicen que según las encuestas el PP va a volver a formar gobierno, esta vez con el apoyo de su avatar rejuvenecido, limpio y formal. Me pregunto cómo es posible que queramos continuar así. Que aceptemos que nuestros hijos sólo podrán ir a la universidad si tenemos la suerte de no ser despedidos antes de que cumplan los veinticinco, que aceptemos que más nos vale no caer enfermos de repente porque es muy probable que nos toque esperar más de doce horas en urgencias, que aceptemos que nuestra jubilación será precaria y tardía y que cada vez más trabajadores tendremos que conformarnos con salarios de miseria y contratos temporales.

Hay muchas explicaciones posibles, pero yo creo que la más verosímil para un escenario tan catastrófico es el triunfo de la resignación. España vivió una traumática dictadura en la que los que no se resignaron lo perdieron todo, y los que acataron el orden establecido pasaron cuarenta años regodeándose en su sumisión. Con este pasado resistir, diferenciarse, romper la estructura prevista es un acto heroico sólo asumible cuando la victoria está garantizada.

Aunque probablemente su estrategia no esté tan elaborada, el poder intuye que su baza consiste en esparcir ese espíritu perdedor que nos deja cautivos y desarmados antes de la batalla.

No quiero imaginar lo triste que sería que lo consiguieran. Pensemos en el día después, ¿queremos ser cómplices de la continuidad de la LOMCE, la ley mordaza, la reforma laboral y el copago sanitario? Si consiguen convertir las navidades 2015 en la fiesta de la resignación, seguramente los perdedores no reprocharán el voto a los culpables, simplemente brindarán por cortesía y se irán pronto a la cama mansos y abatidos, incapaces de encontrar de nuevo el hueco por el que vislumbrar una brizna de esperanza.

domingo, 18 de enero de 2015

¿Y si no estuviéramos condenados a competir?

"En ese instante fue como si se encendiera una chispa en nuestros corazones, 
en nuestras almas: éramos humanos. Sé que aunque él no lo quería, mi sonrisa pasó a través de los barrotes y provocó otra sonrisa en sus labios."
Antoine de Saint-Exupéry. La sonrisa.

La competencia implica necesariamente un comportamiento egoísta, centrado en el propio beneficio. Directamente relacionado con el afán de lucro, pero además en contraposición con el bien ajeno. Para sus defensores hay varias premisas que hacen incuestionable este principio del capitalismo.
La primera es la tendencia natural al individualismo y al egoísmo y la negación de nuestra condición cooperativa y social. Pero cada día surgen estudios que muestran lo contrario. [1] En un programa de radio dedicado a la EBC, el escritor Bernardo Atxaga lo explicaba con “La historia de la niña que no podía comer”. En Atapuerca, estudiando al homo heidelbergensis (nuestros abuelos lejanos), descubrieron restos de una mujer de unos 14 años con un problema congénito que le impedía comer por sí misma. Sin la ayuda del grupo, sin el instinto de cooperación y de atención al más débil no hubiera podido alcanzar esa edad. El hombre que vivió hace más de medio millón de años ya tenía la tendencia a la cooperación y la ayuda mutua en sus genes.
La segunda premisa es que para que la economía fluya es necesario ese comportamiento que además de buscar un beneficio desmesurado necesita destruir competidores. Tras la caída del bloque soviético, pareció probado que sin el incentivo del dinero y la competencia, el sistema tiende a la inanición. Christian Felber dedica varias páginas a desmontar el principio de que “la competencia es el método más eficaz que conocemos” (en palabras del Nobel de Economía Friedrich August von Hayek) [2], tras buscar la justificación a esta hipótesis, concluye que “ninguno de los economistas coronados con el premio Nobel ha demostrado jamás que la competencia sea el mejor método que conocemos” [3].
Continuamente hablamos de trabajo en equipo. Educamos a los niños para la cooperación. Pero les calificamos individualmente y provocamos que se comparen entre ellos y por tanto que compitan. Por una parte intuimos que trabajar en equipo es más enriquecedor, más placentero y más ético, pero por otra aceptamos no tener más remedio que olvidar esa cooperación para superar a los compañeros. Paradójicamente en las empresas y en las escuelas se promueve el trabajo en equipo a la vez que la competitividad. En una misma empresa, en un departamento, en un aula se coopera. Fuera se compite. ¿Por qué? No solemos hacernos esta pregunta. Simplemente aceptamos que hay que competir.
El sistema de mercado está basado en superar al otro. En hacer relojes más baratos que la competencia y conseguir que ellos no vendan. Esto es así, pero podría ser de otra manera. Los relojeros de cada zona podrían fabricar tipos de relojes diferentes o especializarse en ciertas piezas. De hecho ya existe la economía colaborativa. Existe a pequeña escala en montones de ejemplos cotidianos donde los comerciantes de mercados y mercadillos se comportan como compañeros y no como competidores. Pero existe también como movimiento: la economía colaborativa es una corriente que ya está en marcha. La comunidad Ouishare , fue una de las pioneras en definir y abanderar la nueva filosofía económica, de producción, financiación y consumo. Su cofundador, Antonin Léonard, viaja por todo el mundo divulgando la buena nueva económica. Está convencido de que la teoría clásica del “homo economicus” es una falacia y de que está a punto de pasar a la historia. ’Creo que ahora estamos destruyendo un poco este modelo económico porque nos damos cuenta de que el ser humano no sólo se mueve por su propio interés, por el dinero, sino que tiene un montón de motivaciones más, que tienen que ver con el vínculo con otras personas, con la empatía, con el altruismo’.
Basándonos en la competencia desmedida justificamos cualquier comportamiento injusto o indigno
En tercer lugar se justifica la competencia, el superar a otros o hacer que otros pierdan, como el único modo efectivo de motivación. Es cierto que podemos motivarnos a través de la comparación, como en los juegos olímpicos o en cualquier competición. Pero al buscar el impulso en esta oposición al otro nos jugamos valores demasiado costosos. En los juegos esto no sucede. Mientras se está jugando se está interpretando un papel, cuando acaba el juego volvemos a ser los mismos, iguales a nuestro oponente. Si este comportamiento lo llevamos a la vida real, como hacemos con la competencia empresarial, los valores de respeto y dignidad se tambalean. Christian Felber habla de la motivación intrínseca [4], lo que llamamos vocación, o también la pasión artística o el altruismo que nada tienen que ver con la competencia. Si lo que nos mueve es algo que parte de nosotros mismos, el impulso es mucho mayor y más placentero. La propuesta en el libro de Christian es que desde niños enfoquemos nuestros esfuerzos a buscar esa motivación que nos diferencia y nos satisface. Así conseguiremos una economía próspera formada por ciudadanos felices.
Por supuesto que nuestra motivación puede conseguirse a través del dinero, así es como sucede en la sociedad actual. Y se mueven grandes pasiones a través de algo tan material. Ese es el gran monstruo a vencer. Igual que cuando hablábamos del afán de lucro frente al bien común. Otra vez son los sujetos económicos, las empresas, el ejemplo a seguir. Basándonos en la competencia desmedida justificamos cualquier comportamiento injusto o indigno. Los no empáticos, los manipuladores o los farsantes serán los más exitosos en este juego, los que manejarán los hilos del absurdo guiñol, y para completar el absurdo, serán primero aplaudidos y luego imitados por el devoto público.
Las personas, las comunidades autónomas o los municipios copiamos el reflejo de la competencia y aceptamos comportamientos agresivos y desleales con nuestros iguales. Si conseguimos que se ponga en valor la cooperación en lugar de la competencia, y que se deje de motivar a los individuos mediante el dinero o a través de hacer que otros pierdan lo que yo gano, si descubrimos que empresarios, mercaderes y alcaldes pueden prosperar siguiendo su instinto colaborativo, conseguiremos empezar el cambio de paradigma. En el caso de la Economía del Bien Común los municipios implicados ya se están comprometiendo a iniciar esa cooperación replicando las prácticas presentadas por otros.

sábado, 17 de enero de 2015

La competencia

"El ángel (anhelado por Rousseau) y el demonio (conjurado por Hobbes) están en nuestra naturaleza. Pero el responsable último de que el homo sapiens sapiens pueble hoy el planeta no es el superviviente sino el cooperante."
Juan Carlos Monedero. Curso urgente de política para gente decente.

Uno de los grandes pilares en los que se sustenta la economía de mercado es la competencia. A mediados del siglo XVIII, el considerado padre de la ciencia económica, Adam Smith basó gran parte de sus teorías en la existencia de una “mano invisible” que regulara el mercado. “No por la benevolencia del carnicero, del panadero o del cervecero contamos con nuestra cena, sino por su propio interés”. Smith consideraba que si cada individuo buscaba su propio interés, esa “mano invisible” regularía las fuerzas de unos y otros propiciando una competencia que por sí misma traería consecuencias positivas para la economía.
Esta visión de la oferta y la demanda, que aún sigue estudiándose en las facultades, ha servido para comprender gran parte de las reglas que rigen los mercados. Sin embargo a lo largo de los más de doscientos cincuenta años de andadura, este equilibrio de tela de araña tejido con la mano invisible, que se autocompensaba a través del propio interés de cada individuo, ha ido escorándose. Algunas de las piezas del juego, algunos de los nodos de la red, se han hipertrofiado hasta convertirse en empresas globales, en enormes bolas pesadas que tensan los hilos del mercado y llegan a romperlos, mientras que los trabajadores, los consumidores y las pequeñas empresas han menguando llegando a desaparecer de la delicada malla que propiciaba la armonía de fuerzas niveladas.
El propio Adam Smith alertaba de posibles peligros al hablar así de los empresarios: “la opinión de estas personas deben ser siempre considerada con la máxima precaución, y nunca debe ser adoptada sino después de una investigación prolongada y cuidadosa, desarrollada no solo con la atención más escrupulosa sino también con el máximo recelo, puesto que provendrá de una clase de hombres cuyos intereses no coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés no solo de engañar sino incluso de oprimir a la comunidad y que de hecho la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades.” (La riqueza de las naciones, 1776).
En un libro anterior: Teoría de los sentimientos morales, publicado originalmente en 1759, hablaba de su concepción de la naturaleza humana: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de la lástima o la compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o cuando nos la hacen concebir de forma muy vívida”.
En definitiva, hay que poner en su contexto las palabras de Adam Smith que explicaban las reglas económicas relacionándolas con el comportamiento humano y con sus facetas, reconociendo en el ser humano una parte egoísta y otra compasiva. Y considerando que nuestra propia naturaleza tiende a compensarnos.
Sin embargo, tal como señala Christian Felber “El libre mercado sería un mercado libre si todos los que participan activamente pudieran retirarse indemnes de cualquier transacción comercial”, si pudieran decidir, por ejemplo, dejar de trabajar o dejar de comprar comida y tuvieran siempre opciones diferentes e independientes entre sí. Este espejismo se ha desvanecido por la concentración y abuso de poder, por la formación de cárteles de competencia, por la deslocalización, en fin por la descompensación de fuerzas entre las diferentes piezas del juego.
Hay que poner en su contexto las palabras de Adam Smith que explicaban las reglas económicas relacionándolas con el comportamiento humano

En España, cuando el gobierno de José María Aznar liberalizó el suelo en 1998 (ley 6/1998), argumentaba que bastaba con aumentar la oferta para que el precio de la vivienda se regulara, y según las reglas indiscutibles de la oferta y la demanda caería por su propio peso. El resultado fue que entre 1997 y 2007 los precios casi se duplicaron, al tiempo que el parque inmobiliario crecía a ritmos del 5% anual.
Y si vamos al mercado global, vemos que las leyes que se citan como incuestionables en los libros, son desvirtuadas por la situación desigual de los actores participantes: algunos sujetos pueden moverse con soltura por todo el planeta, fabricar en Bangladesh y vender en Londres, mientras que otros se juegan la vida al atravesar la valla de Melilla que separa con sus infames cuchillas el mundo de los salarios míseros del de los consumidores insensibles.
Así llegamos a la paradoja de la competitividad: a los mercados menos desarrollados dentro del primer mundo nos toca competir con la producción de países “en desarrollo”. Si no abaratamos los precios, desprotegemos el medio ambiente y rebajamos los derechos, si no somos competitivos, nuestros productos no serán demandados, nuestros negocios tendrán que cerrar porque no podrán competir en precio con los productos fabricados en las peores condiciones humanas y medioambientales. Por otro lado si aceptamos el reto global, si abaratamos salarios y relajamos las leyes que impiden proteger derechos humanos y de la madre tierra, quizás podamos vender productos y servicios, pero a la vez nos convertiremos en trabajadores precarios, pobres y sin derechos, contaminaremos nuestros ríos, destruiremos bosques y nos condenaremos a vivir en una atmósfera cancerígena. Es decir, recorreremos el camino hacia el subdesarrollo que en los países del sur de Europa ya hemos iniciado.
Poco a poco la necesidad creciente de consumo y el paulatino agotamiento de los recursos va estrangulando la zona privilegiada. Nuestro destino está vinculado al planeta global, y la sensación es que estamos viviendo una tempestad silenciosa que arrastra nuestro barco hacia un remolino vertiginoso y mortal.
El camino ya conocido es el que está guiando los pasos de la nueva sociedad. Un inquietante ejemplo es el tratado de libre comercio e inversión que desde julio de 2013 están negociando el ATCI (TTIP en inglés). “Las empresas multinacionales y los que manejan los mercados financieros, quieren dar un paso más para dominar el mundo, suplantando a los gobiernos que, en principio, son elegidos democráticamente por la ciudadanía. El borrador actual del ATCI es simplemente espeluznante puesto que dictamina, entre otras barrabasadas, que una empresa pueda hacer pagar a cualquier estado indemnizaciones multimillonarias si las medidas que pueda tomar el gobierno de cualquier estado, sea del color que sea, daña los intereses de la empresa…Adiós Constitución, adiós estatutos de las comunidades autónomas, adiós edictos municipales…adiós a todo aquello “que suene” a decisiones tomadas por los que, en principio, han sido elegidos por lo que aún se llama “sufragio universal” en los países que aún se denominan democráticos. Esto es un atraco a mano armada…uno más, atraco que se está organizando sin informar, sin transparencia, sobre algo tan importante para nuestra vida futura, la de nuestros hijos…y la de nuestros nietos.” [1]
Parece que por este camino no vamos bien: o cambiamos el sistema o morimos con él; a pesar de ello no estamos virando el timón. Un taxista me explicó este fenómeno a través de la autovía y el miedo. Me decía que cuando se produce un atasco en la ciudad, como muchos conductores conocen calles adyacentes, la retención suele extenderse en horizontal, pero cuando se produce en una autovía la mayor parte de los automovilistas se quedan esperando pacientemente aunque sepan que se dirigen a un callejón sin salida. Son muy pocos los que se aventuran hacia carreteras extrañas. El miedo a lo desconocido es tan fuerte que nos paraliza.

viernes, 16 de enero de 2015

El máximo bien común

"El triunfo de un determinado enfoque
depende de la importancia que la sociedad,
y muy en particular sus núcleos hegemónicos de poder
otorguen a su representación de la realidad."
José Manuel Naredo. Raíces económicas del deterioro ecológico y social.

La buena noticia es que, como decíamos cuando hablábamos del “máximo beneficio”, sabiendo el diagnóstico sobre las gravísimas consecuencias de perseguir ciegamente máximo beneficio en el capitalismo, tenemos más probabilidades de acabar con la enfermedad: ¿Y si cambiamos el paradigma? ¿Y si conseguimos que las empresas sean valoradas por su aportación al bien común, al bienestar social, en lugar de por su cuenta de resultados? Si actualmente la sociedad está contagiada por esa búsqueda del máximo beneficio, debido a la admiración y respeto que despiertan las unidades que mueven la economía, ¿sería posible contagiar la búsqueda del bienestar social, del bien común?
En realidad, el resto de actividades y relaciones humanas no económicas, las relaciones de amistad, de familia, las relaciones entre compañeros, se basan en valores éticos, de justicia, de solidaridad, de respeto. De manera natural el individuo colectivo intuye que en las relaciones con los demás funciona mejor la cooperación, la generosidad, la solidaridad y la justicia que el egoísmo, la deslealtad o el abuso. Únicamente en las relaciones comerciales se aceptan los comportamientos contrarios a la ética, como si hubiera una carta blanca de comprensión que permitiera a los individuos económicos un comportamiento inaceptable para los humanos. Si pudiésemos cimentar las relaciones comerciales en las mismas bases en las que sabemos que deben asentarse las relaciones humanas ¿podríamos cambiar también el resto de comportamientos que se han desviado hacia la avaricia y la desmesura?
En este punto, es en el que los escépticos auguran el fracaso. La tesis de Hobbes (el hombre es un lobo para el hombre), tan arraigada en la sociedad actual nos hace pensar en la imposibilidad crear un universo económico que parta de relaciones bienintencionadas. Pero diferenciemos, no vamos a entrar aquí en la eterna discusión filosófica entre si el hombre es bueno por naturaleza o si, como en El señor de las moscas, los instintos nocivos son los predominantes en la sociedad. No es esa la discusión.
Lo que sí parece evidente es que esta economía premia los comportamientos no éticos. En el libro ¿Es usted un psicópata?, publicado a principios de 2012, su autor, Jon Ronson, descubre que algunas de las cualidades que definen la psicopatía, como no tener remordimientos, mentir de manera patológica, no sentir empatía o ser manipulador son también rasgos comunes en los líderes políticos y económicos. Y explica este fenómeno porque el sistema capitalista premia y aúpa a los individuos con estas inclinaciones a puestos relevantes. La clave está en cambiar esta tendencia. Si el sistema actual premia los comportamientos contrarios a la bondad, los no ecológicos, los no compasivos, lo hace porque el modelo de éxito es una cifra positiva en el balance financiero, que es más alta cuando los combatientes se comportan como autómatas deshabitados.
Esta economía premia los comportamientos no éticos
Bertolt Bretch decía que “el hombre nuevo no es más que el hombre viejo en situaciones nuevas”. Carlos Marx hablaba de “subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable”. En contextos distintos nos comportamos de manera distinta. El ecologista y poeta Jorge Riechman lo suele explicar con una anécdota personal, cuenta en su blog que en el bar donde desayuna cada mañana, dependiendo de si le atiende el camarero que le devuelve las monedas en mano o el que se las pone en un platillo, él deja o no propina. El contexto nos cambia. En un pueblo donde todos dejan la puerta abierta nos volvemos confiados, y en el que cada casa se cierra con siete llaves, pondremos siete cerraduras.
La propuesta del bien común consiste en rediseñar el escenario para producir un cambio en las personas; a la vez que provocamos una transformación en las personas que desemboque en la renovación del ambiente; y que a su vez se extenderá en círculos concéntricos hacia un redecorado global. Para que esto sea posible la propuesta es empezar a actuar desde el entorno, por ejemplo desde los municipios.
El filósofo Jordi Pigem lo explica con la metáfora de los hemisferios cerebrales, dice que nuestra sociedad se comporta como si hubiera perdido el hemisferio derecho, que es el que nos permite disfrutar de la música, la empatía y el humor. A su vez los individuos más adaptados y exitosos se mimetizan con esta sociedad simplificada hipertrofiando su parte más robótica. La adaptación sería muy diferente si cambiásemos la sociedad.