Desde 2011, en Cataluña los servicios
públicos básicos han sufrido un deterioro sin precedentes. Cataluña fue la
primera comunidad que aplicó el cuento de adelgazar para sanar. Un cuento que
viene de las directrices del norte pero que se aplica con mucho más celo en el
sur.
Es un tratamiento que mataría al
organismo más sano, y que una vez que se empieza a aplicar tiene visos de ser
irreversible y de convertirse en una patología mortal a la que es necesario
adaptarse para morir con el menor sufrimiento posible. Hay un punto de no
retorno a partir del cual solo se aplican cuidados paliativos.
Arthur Más lleva casi dos años aplicando
la receta mortal con gran diligencia, y con efectos devastadores en el ente que
dirige. Cataluña era uno de los territorios más sanos del estado, con educación
y sanidad gratuítas, universales y de calidad. Pero sin alimento, sus servicios
públicos se han convertido en el modelo del que huir.
Debido en gran parte a esta receta, los
países del sur se están alejando de los del norte en calidad de servicios y por
ende en calidad de vida, en deterioro económico y en desarrollo; así las cosas,
Mas ha pensado que a Cataluña, que casualmente se encuentra pegadita a Francia,
le conviene más aferrarse al Pirineo que “sostener” al resto de comunidades del
sur. Que si se trata de descomponer Europa en dos zonas diferenciadas de ricos
y pobres, quizás se pueda conseguir desplazar la frontera hasta el Ebro, en
lugar de dejarla en el Pirineo.
Con este mensaje subliminar, se ha
presentado a su comunidad, y cree haberles convencido de que la solución es
desprenderse de lastre. Sin Andalucía, sin Murcia, sin Extremadura, los
catalanes podrían pasar por laboriosos ciudadanos del norte, y serían acogidos
entre los que culpan al caracter alegre de los ciudadanos mediterraneos de
todos sus males.
La argucia le ha salido a pedir de boca.
Los enfermos catalanes ya no se preocupan por la lista de espera y a los
médicos dejó de cabrearles que se retrase 60 días el cobro de las guardias. A
los estudiantes ya no les importa pagar las tasas más altas de toda su historia
y los funcionarios renuncian mansamente a su paga de navidad. Lo único que
ahora es importante para un catalán es conseguir que esas tasas se queden en
Cataluña, que ningún haragán Gallego o Castellano se lleve ni un euro de los
que los pensionistas catalanes paguen por sus medicinas.
El Sr Mas, ahora puede ahondar en su
modelo de estado sin estado, donde los ciudadanos que pueden se pagan los
servicios y los que no, se pasan sin ellos (sin universidad, sin medicinas, sin
guarderías). Puede continuar con su plan de adelgazamiento mientras la sociedad
debate si prefiere que le baje la pensión el estado español o el estado
catalán, si opta por ser desepleado o desocupat, si puede soñar con una
Cataluña campeona de la Eurocopa o tendrá que conformarse con seguir viendo a
Pujol y Piqué jugar para la selección española.
Todos sabemos que los llamados ajustes no
están dando resultado en ningún lugar, sospechamos que por ahí no vamos bien, y
que hay más ideología que buena voluntad en este tipo de políticas. Pero esa
ideología cala en una gran parte de la sociedad. No todos aspiramos a una
sociedad más justa y más igualitaria. No nos engañemos, muchos ciduadanos sólo
aspiran a salvarse ellos. Y ahora que parece que sólo unos pocos van a
sobrevivir al naufragio, muchos piensan que cuanto más lastre se eche a la mar,
más probabilidades tendrán ellos de subir al bote de primera clase. Y cuando
digo lastre me refiero tanto a las autonomías zánganas que gustan de la siesta
y el cachondeo, como a los sinpapeles, desempleados o pensionistas, que chupan
recursos del estado.
Hay muchos catalanes críticos, hay miles
de indignados y montones de protestas cada día contra el verdadero enemigo. Gran
parte de la población sabe que la falacia de los recortes no es más que un
pretexto para enriquecer a unos cuantos mientras nos precipitamos hacia el
cataclismo. Pero hay también, como en todas partes una gran masa de ciudadanos
de pensamiento insolidario y perezoso a los que es fácil manejar. La diferencia
es que allí esos ciudadanos pueden esconder su vergonzante ideología tras una
bandera que despierta respeto y simpatía en muchos foros tanto de la izquierda
como de la derecha. Una bandera que en otro contexto reivindicaría un derecho
legítimo injusatamente ignorado.
Es cansado pensar, por eso son a veces tan peligrosos los
símbolos.
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