A partir de entonces empezamos a probar
diferentes caminos. Dentro y fuera del sistema. A través de las elecciones, de
la movilización social, de la presión en la calle, de la concienciación en las
redes y en las plazas, de la información. Todo era necesario pero muchas veces
tuvimos la sensación de que nada funcionaba.
La economía social, el comercio justo, la
banca ética, la moda sostenible, los grupos autogestionados de consumo o GAKs y
el auge de la alimentación agroecológica, la teoría del decrecimiento, los
pueblos en transición, la plataforma Stop Desahucios, la democracia
participativa, la soberanía alimentaria, la protesta social y la defensa de la
sanidad, con la mayor huelga conocida de todo el sistema sanitario, la marea
verde, la primera marea, en lucha por una educación pública de calidad, la
juventud sin futuro, la plataforma por la auditoría de la deuda, que cuando
empezaron no eran más que unos pocos antisistema y ya hasta los más conservadores
hablan de ello como si lo hubieran inventado; la Economía del Bien Común, los
que se unen para salvar la hospitalidad, la iniciativa “no nos vamos, nos
echan”, los parados en movimiento, los escraches, el foro social mundial, economía
Sol y sus charlas en el retiro, la oficina de desobediencia económica, el
frente cívico o las diferentes formas de cooperativismo son sólo unos pocos
ejemplos de los cientos surgidos, resurgidos o reforzados desde entonces.
Cada uno hemos ido recorriendo uno o varios senderos,
cada uno nos hemos ido arrimando al proyecto que más nos motiva, hemos buscado
nuevas formas de información más fiables que las oficiales, nos hemos acostumbrado
a reunirnos, manifestarnos, a acudir o incluso a impartir charlas, a trabajar de
manera voluntaria como parte de la aportación a la sociedad, a ocupar y
compartir espacios comunes. Hemos empezado a participar en nuestra propia
transformación.
A la vez el mundo que conocíamos se está
desmoronando. El sistema está arrebatándonos derechos a un ritmo suicida. Y
tenemos la sensación de que no podemos pararlo.
El sistema desaparece a la vez que nosotros
inventamos otro. Lo hacemos por necesidad, por instinto, “como el niño juega
sin saber que juega”, que diría Eduardo Galeano. Pero lo estamos haciendo bien.
Gracias a aquel día en que maduramos a la fuerza, e intuimos que teníamos que empezar
a independizarnos del sistema que hasta entonces nos había tutelado.
Somos un nuevo orden incipiente, inmaduro e
inconcluso. Pero "somos" en plural, y lo sabemos; ya no estamos
solos. Nos equivocamos continuamente y nos sentimos frustrados; estamos
aprendiendo.
Muchos no lo saben aún. Pero si hay un futuro, es nuestro.
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