viernes, 16 de enero de 2015

El máximo beneficio

La ciencia económica no es una técnica de relaciones entre objetos
a base de variables cuantitativas, sino un estudio de decisiones humanas
 inspiradas en valores sociales y moldeadas por redes institucionales.

José Luis Sampedro


En el sistema económico capitalista el objetivo de las unidades económicas indiscutible es la obtención del máximo beneficio. El éxito de una empresa, una cooperativa o una multinacional se mide de manera inmediata a través del balance financiero, que cada año refleja en una sola cifra el beneficio o pérdida registrado.
En el libro La Economía del Bien Común, Christian Felber diagnosticaba que este era una de las grandes equivocaciones que nos ha llevado a confundir los fines con los medios. Las empresas fueron pensadas en su origen, según la teoría económica, para satisfacer necesidades. Aún se sigue definiendo economía como la ciencia que estudia la forma o medios de satisfacer necesidades humanas mediante la utilización de recursos escasos. Sin embargo el fin original ha ido perdiendo importancia en la evolución del capitalismo, hasta llegar a un punto en el que el medio para conseguir esa satisfacción (el resultado reflejado en el balance financiero) se ha convertido en el fin de toda actividad económica. El éxito de una empresa se mide con la cifra que refleja su cuenta de resultados.
Este principio incuestionable se ha llegado a extender más allá de las unidades económicas. Las empresas son consideradas el motor de la economía, son admiradas por la sociedad y mimadas por las instituciones. Se han convertido en el modelo a seguir, en el espejo en el que se miran el resto de actividades, instituciones, e incluso ciudadanos. Actualmente se admira y se pone como ejemplo a aquellos que consiguen mayores beneficios económicos, sin importar si para ello han explotado niñas en el tercer mundo o han talado bosques indonesios. Como mostraba Jonh Ronson en su libro ¿Es usted un psicópata?, hemos alzado a los psicópatas, a los tiranos, a los infames, a lo más alto, y ahora los tenemos moviendo los hilos de nuestro guiñol; pero además el público, contagiado y desnaturalizado, aplaude sus crímenes.
Hemos asumido que el fin de todo elemento económico es el máximo beneficio, por encima de todo, por encima de la dignidad de las personas, de la justicia, de la sostenibilidad ecológica. Además, como las empresas se han convertido en el ejemplo a imitar, sus principios los aplicamos a las personas. El fin de cualquier individuo es conseguir el máximo beneficio, comprar lo más barato posible aunque tenga que hacer kilómetros para conseguirlo, “yo no soy tonto” dice el eslogan de una tienda, el tonto es el que no consigue el máximo beneficio. Todos hemos presumido alguna vez de comprar una ganga.
El fin de algunas familias ha sido conseguir que su patrimonio, su propia casa, se revalorice. Y el de muchos trabajadores en época de bonanza fue incrementar el salario cambiando de empleo, o de residencia si fuera necesario, sin apenas valorar otras connotaciones. Hasta los niños asumen esta filosofía del máximo beneficio con facilidad, y les aplaudimos si negocian un incremento de su paga con alguna triquiñuela.
Los servicios públicos estatales o municipales, imbuidos en esta lógica se han acabado mercantilizando, recordemos que el primer ministro japonés, Taro Aso, responsable del área económica, llegó a pedir a los ancianos del país en enero de 2013 que "se den prisa en morir" para que el Estado no tenga que pagar su atención médica; Christine Lagarde, la presidenta del Fondo Monetario internacional pidió a España bajar las pensiones por “el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”.
Los equipos de fútbol han evolucionada hacia la economía de mercado con el merchandising y la compra-venta de jugadores, de manera que las decisiones las marca más la cuenta de resultados que los aspectos deportivos.
Los criterios a la hora de atender la sanidad o la educación públicas, se justifican más por una supuesta rentabilidad que por la vocación de servir al pueblo.
Una vez consensuado el diagnóstico, el camino para reinventar la economía será un poco más fácil
Los municipios justifican sus políticas por la rentabilidad, externalizan o privatizan servicios o recalifican terrenos para incrementar las arcas municipales, no para facilitar la vida de sus ciudadanos.
Es decir, toda la sociedad está contaminada con la lógica empresarial. Cuando esta lógica llega a atentar contra la vida o la enfermedad, como en el caso del ministro japonés, puede escandalizarnos. Pero sólo porque traspasa una frontera que aún no hemos relajado, no porque el razonamiento subyacente nos parezca fallido.
Un caso que merece mención especial es el de las naciones. El objetivo de cualquier estado moderno, con el que se diseñan las estrategias políticas, es el incremento del PIB. A semejanza de las empresas, los países miden su éxito a través de un solo parámetro. Un parámetro cuyo contenido es la producción de bienes y servicios. Sólo aquellos gobiernos que consiguen incrementar cada año ese índice se consideran exitosos. Bajo este prisma, China o India son el modelo a seguir, con incrementos anuales cercanos al 7%.
El creador del PIB, el economista ruso-estadounidense Simon Kuznets, en su primer informe de 1934 sobre el tema, alertaba contra la tentación de utilizar el PIB como si fuese una medida válida de progreso, ignorando que es una simplificación excesiva de cosas complejas. Treinta años después decía "las metas de más crecimiento deberían especificar más crecimiento de qué y para qué"- [1].

Una vez identificado el principal origen del despropósito del sistema, una vez consensuado el diagnóstico, el camino para reinventar la economía será un poco más fácil.

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